Cada vez son más los expertos que constatan los benficios del senderismo en el bienestar de los que lo practican
Una zancada más. Otra. Otra. Otra…Ya casi está. Esa era la última. Llegas a la cima resollando. Te falta el aliento. Te doblas por la mitad para tratar de recobrarlo. Y, cuando lo haces y alzas la mirada al frente, el escenario no puede ser más espectacular. La nieve fundiéndose en los picos del horizonte, las colinas dibujando líneas quebradizas a lo lejos, el cielo límpido y con el sol resplandeciendo en lo alto como un disco de fuego.
Para muchos ese panorama bien merece todo el esfuerzo invertido para llegar a su contemplación. Sin embargo, aunque uno de los más evidentes, este no es el primer beneficio que presenta la ruta de montaña. Ya contamos en dieta.com las propiedades positivas de la arena de la playa. En esta ocasión le toca el turno a la otra cara de la moneda.
La mayoría de estudios coinciden en que un paseo de 90 minutos por la montaña evita lo que los psicólogos denominan rumiación, es decir, los pensamientos recurrentes y obsesivos que derivan en depresión. Al contrario, un garbeo de hora y media por un entorno urbanizado, presumiblemente atestado de coches y ajetreo, puede llegar a fomentar dichos pensamientos.
En línea con lo anterior, la monataña puede favorecer la resolución de problemas que, en otro ambiente, escaparían a nuestra comprensión. Esto se debe a que la montaña estimula las funciones cognitivas y ayuda a pensar con mayor creatividad.
Además, la calma que infunde el aire libre permite eliminar conductas psicológicas inapropiadas como el narcisismo o los accesos de agresividad.
Los beneficios físicos también son muy evidentes, como la desintoxicación del aire viciado de la ciudad o la disminución de la presión arterial del cuerpo. Los rayos ultravioleta procedentes del sol mejoran la salud cardiovascular y constittuyen un ejercicio físico de gran gasto calórico.
Finalmente, el último y más atractivo beneficio de la montaña es precisamente la paz que irradia. La esperanza de vida de aquelllos que acostumbran a hacer largas caminatas por la montaña es mayor que la de las que no lo hacen. Esto se debe a que el ritmo que se requiere para disfrutar del paisaje es lento, parsimonioso y en absoluto apresurado.
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