Quizá uno de los alimentos más populares del desayuno no sea tan saludable como creías
Dime si esta situación te suena de algo. 6:30 de la mañana. La alarma del despertador retumba en tu cuarto. La desactivas a tientas, entre gruñidos y suspiros de resignación por tener que madrugar tanto. ¿En qué momento aceptarías ese empleo? Atraviesas el pasillo arrastrando los pies y el alma. Llegas al cuarto de baño. Te echas agua fría en la cara y empiezas a diseñar estrategias para disimular las prominentes ojeras que esa mañana están de visita.
Recorres los últimos metros hasta la cocina. Introduces dos rebanadas de pan en la tostadora. No te da tiempo a preparar un desayuno más elaborado. Quizá si te despertaras media hora antes sería factible, pero solo Dios sabe si serías capaz de mantenerte en pie tan temprano. Esperas hasta que las dos rebanadas emerjan del aparato, sacas el tarro de mermelada de la nevera y untas una generosa dosis hasta que el pan chorree. Después las engulles en poco más de cuatro bocados, te vistes a toda prisa y abandonas la casa, camino del trabajo.
Esta rutina, muy habitual para muchos de los lectores de dieta.com tiene un claro protagonista: la mermelada, un alimento ideal para el desayuno por su fácil preparación. Pero hasta ahí llegan las ventajas. Porque lo cierto es que, aunque creamos que la mermelada es saludable por su elaboración a base de un determinado tipo de cierta, la verdad es mucho más aplastante.
La mermelada se confecciona con un 60% de azúcar, y un porcentaje variable de aditivos y sustancias artificiales. SI ambos porcentajes se suman, apenas queda espacio para la fruta que, aunque parezca mentira, suele ser el componente minoritario en los tarros de mermelada.
Es por eso que la OMS recomienda retirarla de la dieta si se pretenda llevar un estilo de vida saludable. En su lugar propone dos alternativas sensiblemente más sanas y capaces de crear el llamado efecto llenura, es decir, de generar la sensación de que nuestro estómago está saciado.
La primer opción es un huevo con champiñones o espinaca seguido de una porción de fruta, como una piña o una fresa y una taza de té o café a elegir. En segundo lugar, si se desea seguir recurriendo a las tostadas, estas pueden aderezarse con una tajada de queso o unas rodajas de jamón acompañadas de la porción de fruta pertinente.
De esta manera se reducirán tanto el gasto calórico como la ingesta de azúcar, minimizando los niveles de glucosa y previniendo problemas de sobrepeso o presión arterial en el futuro.
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