Los ultraprocesados están pensados para estimularnos y que no dejemos de consumirlos. Llegando a alterar nuestro paladar y la percepción de otros sabores.
Cuántas veces has abierto una bolsa de patatas para coger solo «un puñado», y has tenido que hacer auténticos malabares para parar de comerlas. Llegando incluso a terminar la bolsa antes de parar. Seguramente muchas. Y no, no es que tengas un problema de autocontrol o de ansiedad, es que estos productos están diseñados para estimular al máximo nuestros sentidos y hacernos consumir en exceso.
A través de sus sabores intensos y placenteros, los ultraprocesados consiguen que perdamos el autocontrol mendiante la combinación de azúcar, sal y grasas. Sustancias que activan las señales de recompensa en nuestro cerebro, consiguiendo que nuestro paladar los elija frente a otro tipo de alimentos más saludables.
Los ultraprocesados alteran el umbral del sabor de nuestro paladar
La preferencia de nuestro paladar por los sabores dulces, se observa incluso en recién nacidos, que tienen una inclinación natural hacia lo dulce. Y es que los sabores amargos y ácidos a menudo se confunden en nuestro paladar con la presencia de sustancias perjudiciales. Por lo que este tipo de alimentos tienden a producir rechazo.
Esto se debe a un mecanismo evolutivo que nos protege de consumir alimentos tóxicos. Un mecanismo de supervivencia que se ha visto alterado por la industria alimentaria de los ultraprocesados.
Y es que estos productos buscan alcanzar el «punto de éxtasis». Un concepto que Michael Moss, periodista y Premio Pulitzer, recoge en su libro ‘Salt, sugar, fat: adictos a la comida basura’. Moss señala que ya había aparecido en los años setenta, pero «su perfeccionamiento» se atribuye al psicólogo experimental y matemático Howard Moskowitz«. Consiste en conseguir «la combinación exacta de sal, azúcar y grasa para que el producto resulte lo más atractivo posible sin llegar a saturarnos».
El gran problema al que nos enfrentamos, es que este constante sobreestimulación acaba afectando notablemente a la percepción de los alimentos naturales. Por eso no es de extrañar que los alimentos más sanos como la fruta o las verduras y legumbres, nos parezcan sosas e insípidas.
¿La solución? Eliminarlos poco a poco de tu dieta, hasta reducirlos a un 10% de consumo. De esta forma limitaremos poco a poco el deseo y la necesidad de comerlos. También disminuir las cantidades de azúcares, sal y otros condimentos que añadimos a la comida al cocinarla. Así recuperaremos poco a poco la percepción de los alimentos naturales.