Podemos tener un efecto sobre otra persona que va más allá del físico pero tenemos que tener un importante intelecto
El físico es lo que más llama la atención cuando conocemos a una persona. Es, por decirlo de alguna manera, nuestra carta de presentación, pero nuestro intelecto también tiene que dar ese segundo paso necesario para conquistar. En muchos casos, el cerebro se ha impuesto al físico y algunas estratagemas son interesantes para poder enamorar a esa persona que deseamos.
Durante los años 50 el psicólogo B.F. Skinner estaba metido en entender la conducta de los animales. En sus investigaciones intentaba averiguar cómo les afectaban las recompensas y como variaban sus reacciones si modificabas la frecuencia con la que se las ofrecías. Realizó un experimento en Harvard con dos palomas que tenían a su alcance dos botones cada una respectivamente. Cada vez que las palomas oprimían el botón, se les daba alimento. Durante un tiempo, las palomas siguieron un patrón regular: pulsaban el botón y se les daba automáticamente el alimento. Sin embargo, un día, Skinner cambió el método: sólo les daría comida a las palomas de forma aleatoria por cada botón presionado. La respuesta que obtuvo fue fascinante. Lejos de dejar de hacerlo, las palomas estuvieron pulsando el botón de forma compulsiva hasta obtener lo que querían, el alimento. Esto es lo que se conoce como “Ley de la recompensa variable”.
Cuando las palomas pulsaban el botón, obtenían una descarga de dopamina, un neurotransmisor conocido como «la hormona del placer». De esta manera, relacionaban el acto de pulsar el botón directamente con el acto de comer y, por tanto, con el placer. Si cambiamos animales por personas, cuando la acostumbramos a recibir toda tu atención, tus mensajes, tratarla bien, tus llamadas o tus elogios, y un día, de repente, terminamos radicalmente esta actitud, la otra persona empezará a buscar cómo retomar esas «dosis de dopamina» que los mensajes, llamadas y actos tenía en su cerebro.
Podemos conseguir que una persona se obsesione con nosotros
Ley del efecto familiaridad. La relación diaria que tenemos con otras personas hace que nos sintamos cómodos, a gusto. Todo pasa porque ya conocemos a esa persona.
Si vemos mucho a una persona, más posibilidades tiene esa persona de trascender de forma amable a nuestro cerebro y, por tanto, más confianza nos da.
La ley de familiaridad explica por qué cuando vivimos expuestos periódicas veces a una incitación nueva, nuestra respuesta se vuelve más positiva. Refleja la predilección por aquellas situaciones, personas u objetos que nos resultan conocidos.
Ley del efecto de similitud. La semejanza con las personas también puede ser un arma perfecta para gustar, para una mayor atracción. Las aficiones, los gustos, la ideología política y religiosa y, sobre todo, experiencias. La psicología social ha puesto el foco a dos de sus extensiones: la semejanza actitudinal, y la semejanza de personalidad.
En cuanto a la primera, Theodore Newcom expuso en uno de sus importantes trabajos, el impacto que provoca sobre la atracción tener similitudes con la otra persona.
En cuanto a la segunda, la semejanza incita un aumente en el grado de atracción que la diferencia. Alguien que ha tenido experiencias similares a nuestras tiene mayor capacidad de empatía y sabrá comprendernos mejor. Esto hará que el lazo entre las dos se fragüe de una forma más consistente, ya que sus hechos pueden llegar a ser previsible, lo que fomenta la confianza.
Efecto del contacto visual. El contacto visual informa sobre la atención, intención y atracción que podemos sentir por alguien. Si se produce el contacto visual entre dos personas, se origina una explosión de oxitocina, la hormona del amor, ya que favorece a fundar vínculos estables. Es importante no abusar de este efecto y no fijar la mirada permanentemente, sino hacerlo de manera más espontánea y con naturalidad.
Efecto del elogio. Realizar elogios es un instrumento social muy eficaz para apretar lazos con los demás. El cerebro está sesgado para detectar los errores o los fallos que cometemos, tanto nosotros como los demás y si somos capaces de destacar las cualidades de los demás, fortificaremos la correspondencia que tengamos con esa persona.
El secreto para elogiar sin embaucar es la sinceridad. Cualquier interacción social tiene un instante apropiado. Si sabemos bien los detalles de la otra persona sabremos realizar el elogio a su debido momento. Recoger adulaciones sinceras y con afecto nos creará un sentimiento de comodidad con esa persona y, por tanto, hará que pretendamos estar más tiempo con ella. Sobre todo, valora y destaca aspectos de la personalidad más que físicos.