Tomar bebidas frías en invierno puede tener efectos muy adversos en nuestra salud. Te contamos la verdad detrás de esta afirmación
El agua fría. Ese bálsamo que inunda nuestro esófago cuando llegamos con la lengua fuera después de una intensa rutina de gimnasio o de una larga caminata por una pendiente. Es el elixir milagroso que buscamos en la puerta de la nevera cuando el sol de verano se encuentra en el cénit de su trayectoria y amenaza con derretir a los transeúntes que se arrastran pesadamente por las aceras para llegar a su destino.
El agua fría ha sido objeto de múltiples mitos que la cultura popular ha afianzado como suyos. Y es que los rumores que se extendían en las generaciones pasadas no solo tenían que ver con la supuesta huida de las vitaminas de un vaso de zumo de naranja ni de la temeridad que suponía bañarse en la piscina sin que hubieran transcurrido al menos dos horas de digestión. Entre estas falacias también se extendió una que asegura que beber agua fría en invierno trae consecuencias fatales al organismo como el riesgo de padecer enfermedades respiratorias.
Evidentemente, esto no es en absoluto cierto. Lo cierto es que no existe una relación directa entre el consumo de bebidas frías y el riesgo de contraer enfermedades víricas o padecer gripe o resfriados severos. Si estos se propagan con más facilidad durante el invierno es porque solemos pasar mucho tiempo en interiores rodeados de gente en espacios techados y parapetados tras paredes. De esta manera es más sencillo que las distintas bacterias y microorganismos patógenos campen a sus anchas y aumenten las posibilidades de contagio. En cualquier caso, se debe extremar la precaución y asegurarse de que el agua, sea fría o caliente, paseo por un proceso de filtrado adecuado.
Una vez leído esto, es posible que te preguntes qué ocurre con esos repentinos dolores de cabeza que sobrevienen cuando se ingiere un trago de agua fría. Esto se debe a que las bajas temperaturas estrechan los vasos sanguíneos, dificultando momentáneamente el paso de la sangre, que vuelven a relajarse una vez el agua ha llegado al estómago.
El único problema que existe con las bebidas frías es que no tienen un efecto de saciedad tan intenso como las bebidas calientes. Por lo general, estas últimas suelen tomarse con un ritmo más pausado, lo que permite que nos sintamos llenos con mayor rapidez y no demandemos más de las estrictamente necesarias.
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