Seguro que has notado un hambre voraz después de una buena sesión de nadar en la piscina. Este es el motivo
Seguro que alguna vez le ha ocurrido al lector salir de la piscina después de una intensa sesión de ejercicio y descubrir que podría comerse un rinoceronte pasado vuelta y vuelta por la sartén. A veces ni siquiera es necesario que haya estado haciendo largos, sino que basta con subirse a ese flamenco de plástico y jugar a alas aguadillas con sus colegas para que estómago comience a rugirle.
Esta sensación se explica por tres motivos distintos. El primero de ellos es el gran gasto calórico que se desprende de la natación, concretamente el gasto glucémico. Cuando nadamos la sensación de cansancio físico y de deshidratación tiende a ser menor por lo que es posible que rindamos mucho más y que nos esforcemos más de lo habitual. Pero los expertos aseguran que, aunque la sensación de cansancio no se perciba durante el ejercicio, eso no significa que no aparezca después. En efecto, a todos nos ha entrado ese bajón cuando hemos salido de la piscina.
Ante este gran gasto energético, el cuerpo tiende a solicitar alimentos ricos en grasas o azúcares que puedan suplir la ausencia de glúcidos. Por eso los alimentos que más apetecen suelen ser los dulces o los hidratos como la pasta, puesto que se trata de alimentos de absorción muy rápida que proporcionan de forma muy eficaz la energía que ha demandado el ejercicio y que nos hemos dejado por el camino.
El segundo motivo es la regulación automática de la temperatura corporal. Al estar en contacto con el agua, el cuerpo trata de encontrar un equilibrio entre la temperatura de la piscina y la temperatura de nuestro organismo y esta búsqueda también puede ocasionar un gasto energético mayor que se traduzca posteriormente en un hambre voraz cuando abandonemos el agua.
Como sucede con muchas de las sensaciones que experimenta el cuerpo como el estrés, generado por el cortisol, o la felicidad, responsabilidad de las endorfinas o la serotonina, la hormona que gestiona la producción de esa sensación de hambre se llama ghrelina.
La misión de esta hormona no es otra que enviarle órdenes al hipotálamo cuando se realiza ejercicio aeróbico, aunque sea de forma moderada y que pueden interpretarse como una necesidad de llevarnos algo a la boca lo antes posible para reponer fuerzas después del esfuerzo invertido.
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