Este es el peor momento del día para los que padecen de ansiedad crónica. Te explicamos por qué se agrava en aquel momento
Seguro que alguna vez, si no la padeces, has tenido períodos en los que la ansiedad ha llamado a tu puerta con más frecuencia de la que te gustaría. Y seguro que, en los primeros compases del día, con un sinfín de tareas pendientes por hacer aún y con el tiempo justo para realizarlas, no te detienes a pensar en eso que desde hace tanto tiempo te tiene muy preocupado.
Pero tú mismo te has percatado de que las situación cambia drásticamente cuando cae la noche. Después de cenar, en ese breve rato en que lo único que resta por hacer en la larga lista de ítems de la jornada es irnos a dormir, el fantasma que nos ha perdonado la vida durante todo el día soma la cabeza cuando las primeras estrellas brillan en el cielo, cuando la luna rutila desde las alturas, cuando la noche ha desplegado su oscuro manto, cubriéndolo todo y a todos.
Esto se debe principalmente a la enorme cantidad de distracciones que la mayoría de nosotros tiene en las horas de sol. Nos levantamos con prisa, nos preparamos un desayuno saludable porque debemos mejorar nuestra alimentación, nos aseamos correctamente, elegimos la ropa que queremos llevar al trabajo para dotar a nuestra imagen de cierta elegancia profesional, atendemos llamadas de teléfono, respondemos correos electrónicos, lidiamos con jefes arrogantes y con compañeros hipócritas y quizá, solo quizá, nos tomamos una calma con los colegas a la salida de la oficina, si no tenemos hijos y nos vemos obligados a recogerlos del colegio y hacernos cargo de su manutención. Probablemente, una vez el día toque a su fin, estaremos tan cansado que nos vayamos directos a la cama.
Y probablemente descubramos, no sin cierta sorpresa, que a pesar de lo agotador del día, no podemos pegar ojo. Nuestro cerebro se resiste a conciliar el sueño y los demonios regresan para vernos. Esto lleva a una alteración de los ritmos circadianos, es decir, del famoso ciclo sueño-vigilia y, a la postre, a trastornos depresivos.
Si este es el caso y las distracciones diarias no son suficientes para acallar los fantasmas, debemos solicitar la ayuda de un profesional de la salud mental para que nos recte algún medicamento o nos ofrezca la posibilidad de una sesión de terapia.
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