Está demostrado que los encierros prolongados afectan directamente a nuestra salud mental. Estos son los principales efectos
Nos lo demostró la pandemia de COVID-19 del año 2020 y nos lo recordó una noticia de la OMS. Cuando en marzo de aquel fatídico año la mitad de la población mundial se vio obligada a acatar la orden de confinarse en sus respectivos hogares y dedicarse, durante meses, a llevar una vida diametralmente opuesta a la que entonces desarrollaba, las alarmas se dispararon en las cabezas de muchas personas.
Era evidente que aquellos que solían frecuentar un estilo de vida activo recibieron el peso del virus como una losa de mármol que se desplomó sobre ellos de forma inexorable. Y es que las cuatro paredes de nuestra habitación y la imposibilidad de abandonarlas tienen algo, una energía negativa que nos invade y que hace que los pensamientos automáticos arrecien sin piedad y echen por tierra la posibilidad de obtener un sueño reparador o, al menos, un momento de paz.
Está demostrado que el encierro, tanto forzado como involuntario, puede tener graves consecuencias en nuestro bienestar mental. Lo que ocurre es que la mayoría de nosotros solo concibe el plano físico y los efectos adversos que este puede sufrir: una lesión, una punzada de dolor intenso que pueda derivar en una afección severa y otros trastornos similares.
Le tenemos un profundo miedo a lo físico, pero es mucho más difícil, por tratarse de algo más abstracto e intangible, de sentir el mismo miedo por el plano mental. Un encierro puede provocarnos estados de ansiedad, cambios repentinos de conducta que basculan entre la pesadumbre y la irritabilidad o una incertidumbre irracional con respecto a nuestros planes futuros, que antes se antojaban deseables. Todo ello es producto e una vida sedentaria caracterizada por una escasa actividad y un aislamiento muy prolongado en nuestra casa.
Aunque la mayoría de estas creencias son infundadas y producto del cortisol, la hormona del cuerpo encargada de generar el estrés, sus efectos pueden ser terminantemente reales, por mucho que nos cueste creerlo.
Así, un encierro muy prolongado pueden enturbiar nuestras relaciones con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo o los jefes, especialmente si no sabemos arrostrar la tormenta emocional que se desencadena en nuestro interior y con la que seguramente no estemos acostumbrados a lidiar. Si sus efectos se prolongan en el tiempo, la mejor solución pasa por consultar con un especialista.
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